En la nostalgia de la noche, en donde las estrellas cual luciérnagas alumbran el cielo, yazgo junto a la soledad. En mi escritorio perezco y fruto de mi fin brotan tintas, que esbozan en nácar, pinceladas melancólicas:

Cuanto os hecho de menos
exhalaron mis yemas con un tintineo,
a cada instante en que la noche se acerca
y la oscuridad apaga el candil de Minerva;
el recuerdo de su abrazo se vuelve más lejano.

He vivido junto a vos en un bucólico lugar
y al despertar resulta todo tan mundano.

No siento su cuerpo cerca
para llenarlo del tacto de mis caricias.
Es tan inmensa esta pena que siento
que los salados zafiros recorren mis mejillas.

¡Os necesito!
Y lo he gritado al viento en cada anhelo.
¡Os necesito!
Y a cada palabra solo desdeño un lamento.

No os tengo y mi corazón os llama.
He susurrado, plañido y llorado
la misma teológica ausencia
que siente el cuerpo por el alma.

Teneros fue lo más bello,
perderse ingrávido en su fragancia.

¿Cómo mitigar este dolor?
¿Cómo acallar esta necesidad?
Que me enerva mi pensar
y no me deja tan siquiera respirar.

Aprender a vivir con ello
es solo una suposición.
Porque a pesar de mi inhiesta fortaleza
no se vivir sin vos.

Desde que llego a mi vida,
desde que compartí cama y sueño.
Supe en ese instante…
que solo somos un fuego, un latido, un cuerpo.

Espero que jamás tenga que deciros adiós,
pues si un día o unas horas
mellan en mí esta agonía.
La perdida eterna sería un infierno.

Lobo estepario

La rebeldía, la libertad, el ser independiente, invulnerable que ama su soledad por encima de todo; es un lobo estepario cuyo único desdén es su propia vida y su único miedo el compromiso, sentirse encadenado, enjaulado. Por ello ama recorrer las nevadas praderas infinitas, aullarle a la luna con un quejido roto, ser su propio dueño y solo velar por si mismo. Sentir ese bucólico silencio en la quietud de la noche, cerrar los ojos y agudizar su intelecto, escuchar el crujir de las ramas a lo lejos y saber que la presa desde ese instante a muerto.
A vagado tanto tiempo, guiado por su olfato y su experiencia, lamiendo las heridas sangrantes que la vida le fue interponiendo, nunca aulló por dolor, ni lamento un paso en falso; pues el dolor es aprender y la cicatriz el recuerdo del camino errado y la supremacía de sobreponerse y seguir andando.
Muchos a los que nunca quiso unirse lo admiraron, otros buscaron refugio en su férrea compostura, otras lo amaron… pero el siempre fue distante. Sabía que un lobo muere, pero un mito vive por siempre, y un mito en sí no es más que una filosofía, una reflexión, un ideal, una creencia, unos valores… quizás etéreos, pero inquebrantables.
A ellos se abrazaba de forma perecedera, nada importaba, si nevaba no necesitaba refugio su guedeja protegería el calor de su cuerpo, si la niebla le cegaba más firmes eran sus pasos. Nunca fue intrépido o negligente, pero si determinante y certero. Su fe y creencia en si mismo eran su guía y su fortaleza para no desvanecerse. Creyó ser un mito pero solo era un lobo.
La manada le brinda oportunidades, pero el solo ve obligaciones; la caza en grupo es un collar y la cría un bozal. Por ello quisiera en un Niagara ser simplemente un estanque, preferiría seguir siendo un paria, un hedonista de la soledad, un eremita del aislamiento. Sentir el gélido estío en su pelaje y amanecer sabiendo que solo de si mismo es responsable.
¿Qué hizo de su nobleza un carácter extinto?, ¿de su firme creencia un mal social?, ¿quién y porque con maniqueo criterio juzga y determina al animal?, ¿por qué a de seguir el curso del río?, ¿Por qué el ser no es tal… sin la sociedad?
El cazador cazado por su propio miedo, quizás su regía fortaleza lo hacia fuerte para enmascarar su espíritu débil, tal vez comprobó que sus afilados colmillos, jamás derribarían un roble o que sus garras nunca acariciarían el agua. Un niño intentando coger una estrella es un soñador, un hombre intentando alcanzar una estrella es simplemente un necio.
Por primera vez duda… y sus párpados se abren a su alrededor como el batir de unas alas entumecidas, ve que su lucha es eterna, causa perdida, sin comprensión ni recompensa. Todo cuanto creyó deja de tener sentido, busca refugio en una cueva donde la calidez de una hoguera lo abriga del céfiro, donde ningún haz de luz traspasa sus frías piedras. Pero es consciente que siempre a de salir al bosque a alimentarse y tras su letargo; el bosque cada vez es más grande, más inhóspito; la cueva se convierte en una caverna de claros y oscuros, donde platónicas sombras le van poco a poco cerrando las puertas. ¿Y cual es su temor? ¿Teme al bosque con las sombras de los árboles alumbradas por la luna o las teas de cazadores furtivos que lo cercan?, ¿teme el ruido del trajín de la vida?, o ¿tal vez el asfixiante tumulto de sus gentes? ¿Es él mismo su propio temor? y de ser así ¿como luchar contra si mismo, como erradicar todo lo que el tiempo en él forjó, como vivir sin un bosque o encontrar el camino certero, el nexo, de la caverna a ese clorofílico follaje social?… Lo desconozco.

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