La felicidad

Hace mucho que no escribo en este mi confesionario virtual, pero es que cuanto más tiempo tiene uno, menos hace, que cruda paradoja. He vendido mis horas al sol, cual Akhenatón su religión; el resultado es obvio e identificable en mi color tostadito de piel. Eventos sociales, reencuentro de amistades y un largo etc. con sus correspondientes anécdotas, rumores y risas.
Y así es mi vida, vendido a los melifluos placeres, endeudado con un hedonismo que combate en lucha fratricida con la conciencia; deseosa de acuchillar a un Peter pan canoso cuya pena capital es solo buscar la felicidad.
La felicidad, autorrealización de uno mismo; pura geometría maslowiana. Es duro creer en una felicidad escalonada, cuando una sociedad cangrenada por el capitalismo, impone criterios de felicidad donde el arquetipo de sonrisa: es un consumista millonario cubierto de lujos, coches, casas y putas.
Por eso siento que me embarga una tierna emoción cuando veo la felicidad en ojos ajenos, cuando presiento que en ese fugaz instante alguien implosiona y es feliz. Porque en mi sórdido nihilismo, soy incapaz de creer y es en ese instante cuando me demuestran que me equivoco. Y cuan dulce es equivocarse.

Solo serás realmente feliz cuando tus manos dejen de cubrir tus ojos.

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